La Gran Sala de Espera

Todos lo sabemos: hay una distancia entre lo que deseamos o necesitamos y el lapso que nos lleva conseguirlo. Lo que sucede en el medio es el tiempo perdido porque, como dice la canción, la vida es una gran sala de espera.

Volver a tu casa después del trabajo, acceder a la justicia, subirse a un avión o pagar una cuenta en el banco: todo lleva tiempo, todo conduce a una espera y la espera, como todo, o casi todo en este planeta, es desigual. Esperar el colectivo o volver manejando tu auto, llamar a un abogado amigo o hacer la fila en un juzgado, ser propietario de un pase prioritario en aeropuertos, en bares; los accesos a los medicamentos según las obras sociales, la atención médica, los peajes, la velocidad de internet, de tu celular; el ingreso a un estadio o un espectáculo, la obtención de un documento de identidad o un pasaporte, las cajas del supermercado, el pago por tu trabajo, la actualización del salario; conseguir un banco en una escuela; un turno en un dentista. Todo conduce a la espera, todas las actividades están mediadas por un tiempo improductivo pero que sin embargo podemos calcular o estimar según el estrato social y simbólico en el que nos ubiquemos. Si enfrentamos dos orígenes opuestos y preguntamos por las mismas esperas, las expectativas serán diametralmente disímiles. Y este conocimiento, sedimentado y preciso, se aprende con la experiencia de la vida dentro del mundo social: no todos tenemos derecho a una misma celeridad.

La espera es un padecimiento y el hacer esperar, como demuestra el sociólogo Javier Auyero, es un mecanismo de dominación. Las esperas generan subjetividades y disciplinan entre quienes deben esperar y quienes no están señalados como sujetos de espera. En su libro llamado Pacientes del Estado, Auyero analiza al Estado, la espera y la dominación política en los sectores populares. “Es una estrategia sin un estratega”, dice el autor, “no es que hay alguien que, a propósito, intencionalmente, hace esperar a los subordinados o desposeídos: así funciona la dominación política”.

Sin embargo, el uso de la espera como mecanismo disciplinador, no es patrimonio exclusivo de las prácticas políticas, sino que forma parte del más amplio sentido común. Nadie imagina siquiera encontrarse con algún personaje poderoso o reconocido en la cola de un hospital, en un bar, en la entrada de espectáculo o en la parada del colectivo. Hay sencillamente ciertos estratos sociales que no esperan. Para todos los demás, el tiempo muerto.

Hace pocos días se desenmascararon una serie de vacunaciones de privilegio de dirigentes políticos, empresarios y personalidades de los medios de comunicación que derivó en el justo despido del ministro de salud de la nación. Las denuncias se replicaron en distintas provincias y localidades, con lógicas más o menos similares. Funcionarios habían decidido de modo más o menos espontáneo, que había ciertas personas que debían razonablemente ser vacunadas sin mediar espera. Algunos parecieron incluso sorprendidos por las denuncias de anomalías. Una de las principales dirigentes de la oposición, en un gesto de sorprendente honestidad dijo: nosotros hubiéramos hecho lo mismo.

Dice Auyero que lo más complicado para un sociólogo es mirar relaciones: lo difícil es no mirar tanto a los actores, sino a las relaciones que los une y los separa. La naturalización de las relaciones de poder desenmascara acaso la condición elitista de la dirigencia política y la cercanía “química” con los estratos económicos y simbólicos más altos de las sociedades. Ahí arriba, la cosa fluye. La gran Sala de Espera, en cambio, deberá tener bien apretado su boleto y esperar que se lea, por fin, su nombre en la pantalla. 

Publicado en la Plataforma No Me Grites

La Gran Sala de Espera

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