Parte del Aire

Texto de Apertura, DEODORO, Julio 014

PARTE-DEL-AIRE

No se puede arder en el altar del materialismo. Siempre llega un momento en el que uno necesita darle otro valor a su propia vida. No importa la actividad elegida (…) la intención es siempre la misma: encontrar una metáfora que rime con la necesidad de darle un significado a la actividad humana. (…) Yo, por mi parte, escribo canciones.

Leonard Cohen

Es fascinante la influencia de los olores en las conductas, en las memorias. El olor, que no es otra cosa que partículas ínfimas de aquello que se huele, en combinación, por ejemplo, con recuerdos o experiencias, es capaz de generar una suerte de absolutismo de lo invisible. Una parte física, otra emocional. Son gases, polvillo, materia irreconocible para la mirada, imperceptible al tacto, pero misteriosa y reflectante como todo lo que no se ve pero existe y determina. La pregunta sobre el rock, también, tiene que ver con la omnipresencia de lo invisible. Con las cosas que no se tocan, dice Pity Álvarez, uno de los rockers más rockers de la escena.

Forzando tal vez una analogía, el recuerdo y la identidad son micropartículas de aquello que alguna vez se sintió con mucha intensidad. Algunas, fragancias; otras, basura. Recitales, situaciones acompañadas de alguna melodía: se trata de momentos o de espacios vividos donde (casi) sin tomar verdadera conciencia del asunto aprendemos a ser (Blázquez, en Deodoro junio). Nada menos. ¿Cómo es, si no, que algunas canciones o eso que se denomina la cultura rockera tatúan sobre las experiencias de las personas recuerdos y explicaciones resumidas en una frase, en una actitud o en una determinada zapatilla? Hablamos de simbología y poesía que imprimen sentido de manera extraordinaria.

Las letras de las canciones generan realidades intelectuales disfrazadas de emociones, explica el Indio Solari, que prefiere hablar de pensamiento rítmico para definir su poesía. Pensamiento y ritmo. Como si reforzara así aquella certera máxima de Roberto Fontanarrosa: lo contrario de lo divertido no es lo aburrido, sino lo pomposo. Lo pretencioso: el cancionero popular y especialmente el rock está compuesto de frases simples de compositores y poetas que entendieron que ponerle Sócrates a tu hijo no garantiza su inteligencia. En la narración de la desesperación, la supervivencia y la aceleración, el pensamiento rítmico, la poesía y las canciones de rock se llevan una parte importante de esa permanente construcción de sentido.

Como contracara, convertidos en héroes populares y en fetiches del consumo, los rockeros o cancionistas de rock fueron puestos en la mirilla de la moral (como también lo fueron otros intelectuales y artistas provenientes de la literatura, del deporte o del cine, pero con menor exposición). Los subrayados de incoherencia o de contradicción –las armas de acusación más inefables contra el rock– fueron la variable predilecta, la medida del valor, de lo auténtico. García y su Charly & Charly con Carlos Menem; León Gieco y su País de la Libertad para Telefónica España (yo pido que tu empresa se vaya de mi país); Fito Páez y su presencia consecutiva como banda de sonido de los festejos de la década kirchnerista; el Indio Solari y sus hoteles de lujo en Nueva York (el lujo es vulgaridad). Pero, ¿quién afirma que la coherencia es, en sí misma, una virtud? Y en un plano aún más personal, quién lleva la carga de la desilusión sobre sus espaldas, ¿aquel que escribe una canción o el que pretende, como un cliente, que una persona le enseñe a vivir? Brillante exposición de modas, la desilusión.

Siempre fueron más interesantes los gritos desesperados: no por su volumen sino por su desesperación. Insoportables, necesarios, desgarradores. De eso se compone, creo yo, esa manera de estar que es el rock. Más allá de la música, más allá de la canción. El rock expresa una intención de rebeldía ante el aburrimiento, la monotonía, el tedio; es una actitud de búsqueda de respuestas, o tal vez, como dice Leonard Cohen, de una metáfora que rime con la necesidad de darle un significado a la actividad humana. No necesariamente contracultural, ni mucho menos revolucionaria o contestataria. El mercado ya encontró, también, sus respuestas para eso.

 

 

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